|                 | La luz con finos dedos golpea los vitrales:
 es azul y liviana,
 casi celeste, diáfana,
 en el instante frío
 en que comienza el alba.
 
 Me acerco a tu silencio.
 Permanezco clavada
 en tu umbral doloroso
 sin atreverme a entrar
 y tu lumbre, tu ser, tu pura llama,
 estremecido río, me traspasa.
 
 Como en los instrumentos olvidados,
 alguien puede tocar de pronto una alma,
 arrancarle un sonido que nadie conocía,
 enseñarle un lenguaje,
 transmutar noche en día,
 llanto en fuego,
 música en palabra.
 
 Ahora, sé tu muerte.
 La noche no te toca,
 no puede hacerte daño.
 Te besa para siempre
 esa luz inhallada
 que fuiste aquí buscando.
 
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