La ciudad que fue

LA FLOR DE LA MONTAÑA

A mi hermana Raquel

He mirado la flor de la montaña
solitaria crecer en la espesura,
única en el fulgor de su dulzura,
dócil al sol, rebelde a la cizaña.

La sierra de alma bárbara y huraña
al sentirla nacer se transfigura,
como si en esa frágil estructura
ardiera todo el fuego de su entraña.

La envuelve el viento en lumbre de pureza.
El agua que la besa es más profunda.
Todo se hace más hondo en su belleza.

Nacida desde el sol en alto vuelo,
un hálito de ensueño la circunda:
Junto a su cáliz se detiene el cielo.


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