Años atrás, un sacerdote ilustre conmovió a los
fieles publicando un folleto titulado
— « ¿Es Chile un País Católico? »
La pregunta demasiado concreta, donde pueden meter su mano las estadísticas,
admite una variante más honda que apuntaría, no ya a
la religión, digamos, oficial, sino al sentimiento íntimo,
al impulso interior, que mira hacia las esferas superiores al creyente
con más ansias de creer que fe positiva a que alude Pascal
y que no afirma ni niega rotundamente sino “busca gimiendo”.
En tal sentido, Chile dista de ser una tierra privilegiada.
El castellano vasco ha sido un realista seco, reacio a idiologías
y apegado a lo que se mide, se pesa, se cuenta: como Tomás,
para creer necesita tocar.
Digalo nuestra poesía.
Dando a nuestra literatura una mirada de conjunto, sólo hay
una plegaria poética famosa que desde lejos sobresale y todos,
más o menos, se saben de memoria, una oración inmortal
a la que nadie opondría objeciones y que figura en los textos
de estudio. Desgraciadamente, la escribió un francés
y fue traducida al español por un venezolano... (1)
Saldrán al paso los entendidos aduciendo ejemplos valiosos,
aunque poco abundantes: Gabriela Mistral, Jorge Hubner (que influyó
notoriamente sobre la poetisa), Fernando Durán, Francisco Donoso,
Angel Cruchaga, etc,
Entre los nuevos, entre los últimos ¿cuál?
Si se agrega que no sólo faltan vates movidos de inspiración
celeste, sino también, santos y santas, si bien los hay en
vías de canonización, la agresiva pregunta del sacerdote
cobra mayor alcance y facilita una respuesta.
Ni los santuarios populares del Norte o del Sur, ni las procesiones
suntuosas, el “Mes de María” o la devoción
nacional a la Virgen del Carmen, manifestaciones externas mezcladas
de paganismo, por lo demás, en vasta decadencia, valen para
resolver la duda y sugerir conclusiones aceptables.
Habría que desviarse hacia la oratoria; pero ése ya
es otro cantar. Y tampoco de los más entonados, aunque resuenen
mucho.
Nos ha parecido por eso que merecía especial comentario la
aparición de una voz inesperada, de acento grave, ansioso y
penetrante, cuya sinceridad se impone y que trae una nota delicada,
particularmente valiosa por su espontaneidad.
“La Pasión según San Juan”, poema para voces
y coro, de Eliana Navarro, constituye una sorpresa dentro de su producción;
es un diálogo, ligeramente teatralizado y que se prestaría
para la escena, al modo de un auto sacramental o como algunas piezas
de Claudel, en una entonación muy pura donde no se advierte
otra influencia que la de una poderosa corriente interior salida de
las entrañas.
Dice el preámbulo, cargado de evocaciones silvestres, casi
medievales, donde el símbolo cruza:
Herido va, herido va el ciervo.
La jauría estremece, roja, el cielo.
Porque lleva la luz, hay que cegarle.
Porque no se defiende, hay que cogerle.
cuernos de caza, antorchas,
y el beso entre las sombras.
Herido va, herido va el ciervo.
Herido del dolor del mundo entero.
Lo rodea la turba.
Avidas voces clavan sus espadas:
(Esta fiesta de sangre se ha repetido tanto
entre la jungla humana).
Intervienen a continuación “La Madre”, el coro, después
”La Magdalena”, más tarde Juan, Jesús, y por
último “El Sol”, “El Viento”, “El
Velo del Templo”, alternados con el coro de la tragedia sacra.
No son sino unas cuantas pinceladas, pero esas líneas esenciales
llevan el etremecimiento y un secreto del ritmo anima las palabras,
hace brotar las imágenes y el tema eterno aparece renovado
por el milagro de la sensibilidad.
No se podría, como a un fenómeno natural, fijarle época,
determinar su escuela, libre a ratos hasta el abandono y otros, de
una refinada madurez, la del arte que dejó atrás los
artificios y comunica directamente la emoción.
No caben aquí las dudas sobre la autenticidad del sentimiento
religioso: respira, anheloso y veraz, insinuando la tragedia propia
detrás del drama universal. Ningún propósito
convencional la mueve y han desaparecido tanto la retórica
como la intención dogmática.
Es una simple efusión del espíritu que actúa
por presencia.
NOTA.
(1) Opiniones considerables han incluido en este número a poetas
como Nacanor Pama y hasta Pablo de Rokha; porque blasfemaron.
Bueno, a ese paso se puede llegar lejos.
En un estudio sobre la poesía religiosa en Chile (« Aisthesis
», revista chilena de investigaciones Estéticas, Universidad
Católica, 1970), el profesor Hugo Montes lamenta « que
no exista una antología nacional de poesía religiosa.
La verdad — agrega — es que escasean casi del todo las selecciones
poéticas especializadas según una temática precisa.
Ignoramos, además, si se ha escrito algún estudio acerca
de la poesía religiosa en el país. Personalmente interesados
en el tema, hemos iniciado un Seminario en el Departamento de Castellano
de la Universidad de Chile y aun publicado, en réplica a una
afimación excesivamente rotunda y negativa de un crítico
chileno, un breve artículo de prensa bajo el titulo: ¿Hay
poesía religiosa en Chile? (El Mercurio, 18 de septiembre de
19ó8) Dada tal penuria de estos antecedentes, estas líneas
— escritas en medio de otros ineludibles compromisos académicos
— seriá solo una asomada a la materia ». ¡Ojalá
el intento despierte inquietud en estudiosos de nuestra literatura,
que se manifieste en nuevos aportes a un tema que ciertamente merece
ser abordado de modo exhaustivo! Más de la mitad de Ia «
asomada », unas quince paginas, enfoca a los poetas coloniales,
en especial, Ercilla y Oña, entre los cuales domina, como se
comprenderá, sin contrapeso, la fe. El sentimiento se desliza
a veces como puede y frecuentemente queda en las palabras y la retónca
establecida. Durante el siglo XIX
figuran doña Mercedes Marín del Solar, don Guillermo
Blest Gana, Bello, Irisarri, Valderrama, Soffia y otros, Los del período
actual, que empieza en el 900, aportan menciones breves que exigirían,
como él mismo lo advierte, mayor desarrollo. Al final: “El
Julio Barrenechea de Ceniza Viva, Carlos René Corrrea, María
Silva Ossa, Eliana Navarro y varios otros… Sus voces con calidad
— concluye — un coro complejo y hermoso que… alaba
a Dios en la poesía chilena desde el albor mismo de su existencia”.
Ignoramos si esta incitante invitación, llena de optimismo,
ha tenido las deseadas y deseables consecuencias.
El caso de Eliana Navarro lo hace esperar. |