La pasión según San Juan

TERCERA PARTE

JUNTO A LA CRUZ

Personajes

La Madre
La Magdalena
San Juan
Voz de Jesucristo
El Sol
El Mar
El Viento
El velo del Templo
Coros


 
LA MADRE:
Hijo, hijo adorado!
Si pudiera sangrar con tus heridas,
restañar con mis manos tu sangre
y tomar tu dolor sobre la sangre mía;
tomarlo sobre mí, como se toma un manto
y envolverlo en mis venas, para que la tortura
no pudiera tocar tu cuerpo santo
ni la tiniebla atroz te desgarrara.

CORO:
En el principio era el Verbo
y el Verbo estaba en Dios
y el Verbo era Dios.


LA MADRE:
Quisiera recordar mis canciones de cuna,
aunque fueron cantadas
con el presentimiento de tus llagas,
del inmenso mar ronco que hoy te envuelve
con sal quemante y áspera.

CORO:
En el mundo estaba
y el mundo fue hecho por él
y el mundo no le conoció.


LA MADRE:
Sí pudiera acercarte las visiones de infancia,
abatir con su luz la oscuridad terrible;
acercarte el rumor de las hojas de Nazareth
y el canto de sus arroyos claros.
Bajábamos corriendo para buscar el agua
y mientras descendíamos,
mirábamos el valle con su niebla dorada
y los lejanos humos de las casas
ascender en el aire.

CORO:
Vino a su propia casa
y los suyos no le recibieron
.

LA MADRE:
Un día, de la mesa resbaló una manzana
y rodó sobre el piso
perfumando las tablas
de color y de música.
Reías, persiguiéndola,
con tus pasos tan torpes
de reciente aprendiz.
En el taller, a veces,
cogíamos viruta
y hacíamos con ellas
torres sonoras, frágiles,
derribadas con nuestro propio aliento.
Todo regresa a mi
como si fuera un sueño,
como esas tenues torres de la infancia,
fugaces, aventadas
en un soplo sangriento.

CORO:
¡Ah, vosotros los que pasáis por este valle,
ved si hay dolor
semejante a mi dolor!

LA MAGDALENA:
Amor, amor, aquel que no se nombra,
el que rojo — mar, viento —
se incorpora a la sangre
y desde allí nos deja prisioneros,
invadidos, postrados.
Nada puede expresarlo.
Como el dolor, su sima inalcanzable
se oculta a las miradas.
Ahora he aprendido
que se transforma en ala,
en fuente eterna, en luminoso canto,
nos redime del peso de la carne
y es tan sólo una llama.

CORO:
Y la luz brilla en las tinieblas
y las tinieblas no la recibieron.


LA MAGDALENA:
Como la flor de los caminos,
así era despreciada,
perla maldita que todos codician,
pero que nadie guarda para sí.
Mientras más fácil era mí sonrisa,
más oscura crecía adentro mi soledad,
y el amor para tantos entregado,
era sólo la búsqueda y el grito,
el ansia enloquecida de derribar el muro
que separa a la sangre de la sangre,
de establecer por fin el diálogo supremo
en que dolor y muerte no tienen validez.
¿Quién soy para nombrarte?
¿Quién soy para seguirte?
De tu dolor, que es mi dolor, asciendo
hacia la luz sin mancha de Tu reino.

CORO:
El no quiebra la caña doblada
ni apaga la llama vacilante.


LA MAGDALENA:
Déjame estar contigo en tu hora deseada.
Déjame estar contigo en la tiniebla.
Quisiera poseer una voz sobre-humana
que expresara el amor, el dolor,
el canto de esperanza,
de los que aquí quedamos,
bajo la sombra inmensa de tu llanto,
de los que fuimos levantados
por la suave ternura de tu mano
y desde el polvo — esclavos, despreciados —,
entramos en tu reino de luz.

CORO:
Mirad que éste come con los publicanos
y habla a las prostitutas.


JUAN:
Amigo, amigo amado. ¡Qué oscuridad me ciega!
No sé qué hacer. Permanezco aquí inmóvil.
¿Por qué no abofeteo a los cobardes?
¿No puedo recostar tu frente entre mis manos,
arrancarte los clavos, descargarte
y descender contigo entre los brazos
hacia las rudas barcas galileas?
No sé, no sé entender lo que tú has explicado:
Ahora vas al Padre. Esta es tu hora.

CORO:
Si el grano de trigo no muere
permanece infecundo;
pero si muere, da mucho fruto


JUAN:
Creo en ti, Señor. Te amo.
Dices que esta es tu hora. Es también la hora mía.
Sobre mí pecho guardo el calor de tu abrazo,
hace poco, en la Cena,
cuando nos diste el pan como tu cuerpo.

CORO:
El pan que os daré
es mi carne, por la vida del mundo.


JUAN:
Mas ¡ay!, ya no resisto contemplar tu martirio,
ver tu sangre, tus ojos arrasados.
Quiero morir, quiero morir contigo.
Quiero gritarles que conozcan su error.
Sí. Es verdad.
Soy el discípulo de un ajusticiado,
de un hombre escarnecido,
puesto en cruz

CORO
¿Quién es ése que avanza teñido de rojo,
con vestidos mas rojos que los de un lagarero?


JUAN:
Creo en ti, Señor. Te amo.
En tu roja marea me siento arrebatado,
por tu viento quemante conducido,
con tus llagas, entero, estoy llagado,
carne de tu sufrir, sal de tu llanto.
Maestro, amigo amado,
desconozco el oscuro designio de tu mano,
pero aquí está mi sangre.
Tú recíbela. Que unida con tu sangre,
descienda en un torrente sobre el campo
y dé la vida a los que sin amor,
quietos, en las tinieblas han quedado.
Señor, Maestro amado,
hoy recibo de tus manos la llama,
con ella iré incendiando el mundo,
con ella moriré,
para vivir por siempre.

CORO:
Quienes habrán de ser
los seguidores de un crucificado,
del hijo de José, el carpintero,
del que no tuvo dónde
reclinar su cabeza?


JESUCRISTO:
¿Judas? Judas me duele como un fuego.
Amigo ¿a qué has venido?
Así le dije, al recibir su beso.
¿Por que no se detuvo?
Ah!, la tiniebla, su noche inmensa,
que ella me sea dada
a cambio de la luz para sus ojos.

CORO:
Uno que come el pan conmigo
levantará contra mí su calcañar.


LA MAGDALENA:
Como racimo en el lagar, como leño cortado,
como vara florida
que un sol de fuego agosta sobre el campo,
así se va secando
tu sangre, oh adorado,
varón de sufrimiento, clavel enrojecido,
pagador de mis culpas, lirio violáceo.

CORO:
Han abierto mis pies y mis manos
y se pueden contar todos, mis huesos
.

EL SOL:
Ruedo a morir.
De monte en monte voy rodando.
Hacia abismos profundos me despeño.
Mi fuego es sólo llanto.
Mi luz sólo vergüenza.
Traspasaron sus manos
Su cabeza se dobló sobre el pecho
como una flor sangrienta.
Ya nunca más alumbraré la tierra.
Iré a morir en el oscuro abismo
donde se pudren las estrellas muertas.
Mi fuego es sólo llanto.
Mi luz, sólo vergüenza.

EL MAR:
Atrás, atrás, espuma,
quedad sin movimiento, olas soberbias.
No quiero ser más que agua detenida,
mar de sangre apresado
entre rojas arenas.
Como el áspero grito de las aves marinas,
resonó su agonía en mi extensión inmensa.
Ya nunca más mis olas
volverán a cantar en esta tierra negra.
Las rocas quebrajadas,
llenas de sal, se irán petrificando
y sólo muerte; oscura, torva muerte
vendrá a reinar sobre mis aguas yertas.

EL VIENTO:
Escucharon mil veces
en las noches de invierno, mi alarido
arrastrar las arenas y remover las piedras;
abrirse paso en medio del relámpago,
azotar con tajantes cuchillos,
valles y cordilleras.
Mil veces escucharon
mi exaltada canción de primavera,
envuelta en la fragancia de los huertos,
húmeda de azahar y de floridas sementeras.
Ahora ya mi voz no encuentra acento.
Inmóvil, detenido, permanezco
y mi aliento de fuego
quema las hojas de los árboles
y retuerce las cañas.
Yo recogí sus últimas palabras.
Eterna, eternamente, resonará su eco
y mi claro corazón vagabundo
las irá repitiendo por todos los senderos;
vino de amor, semilla de esperanza,
para los fatigados corazones viajeros.

EL VELO DEL TEMPLO:
Alguna vez te vi, Señor, Maestro:
Restallaba tu látigo en el sol,
restallaba en el sol tu voz de fuego,
contra los avarientos mercaderes
que hacían de la casa de tu Padre
un lugar de comercio.
Antes, te divisé, todavía tan niño:
tu luminosa voz resonaba en el templo;
mostrabas nuevas sendas a la rígida ley.
Absortos te escuchaban los doctores,
trémulos, deslumbrados, en silencio.
En esta hora augusta de tu muerte,
del cumplimiento de las Escrituras,
un solemne temblor sacude los cimientos.
La verdad muestra su fulgor sin mancha.
Tu dolor develó todo misterio.
No tengo que ocultar ya al Santo de los Santos.
Me rasgo, me deshago — polvo, llanto —
sobre el sagrado suelo.

CORO:
Yo soy la luz del mundo.
El que me sigue no anda en tinieblas
.

LA MADRE:
¡Hijo, hijo adorado!
Ya no te puedo hablar.
No sirve la palabra.
Un ronco grito se ahoga en mis entrañas.
No te alcanzan mis labios.
Mis manos no te alcanzan.
Que mi dolor se sume a tu dolor.

CORO:
He aquí a la esclava del Señor.
Hágase en mí según su palabra.



CORO FINAL:

PRIMERA VOZ
Levanta alrededor de ti tus ojos y ven:
Tus hijos se han juntado y han venido a ti.


SEGUNDA VOZ
Tus hijos de lejos vendrán
y tus hijas a tu lado se levantarán.


TERCERA VOZ
Y las naciones marcharán a tu ley
y los reyes al esplendor de tu triunfo.


PRIMERA VOZ
Vendrán hacia ti los hijos de los que te humillaban
y todos los que te insultaban
adorarán la huella de tus pasos.


SEGUNDA VOZ
Mira. Vendrán a ti con el amor de los días antiguos.

TERCERA VOZ
Vendrán a ti radiantes de juventud,
con el amor de los nuevos desposados.




FIN



<<< Anterior / Siguiente >>>


Volver al índice de este libro