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          Sabía que existía esa voz, 
esa clara voz mágica; 
que me estaba llamando 
con las varas del mimbre 
o detrás de las nubes, 
cerca de las estrellas rezagadas. 
Sabía que venía, 
corriendo sobre el viento 
para besar jugando mis cabellos. 
 
Tanta sombra y ceniza. 
Tanta noche. 
Ya no puedo escucharla. 
Y todo me parece de raíz arrancado, 
campo de sal, abierto páramo, 
camino, 
camino con mi sangre comprado. 
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