La ciudad que fue

SONETO

Morir sólo de sed desamparada,
sólo de aire y de sol desvanecido,
de oír crecer el tedio y su latido
y decrecer la oscura marejada.

Saber que la ternura fatigada
miente el fulgor de amor recién nacido,
quiere engañar al rostro del olvido,
decir: llama, pasión, hora extasiada;

decir entrega, canto luminoso,
relámpago abismal, raiz del gozo,
desafío a la noche y a la suerte.

Y sentir que ese engaño nos tortura,
que esa mentira es río de amargura
donde se asoma el beso de la muerte.


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